sábado, 22 de noviembre de 2008

"LOS TURCOS Y LA NEBLINA"

Si se transparentaran los motivos de la batalla, el debate sería menos confuso para una mayoría inocente atrapada en una batería de amenazas de cataclismos próximos que afecta las expectativas sociales y, en consecuencia, las perspectivas de los sectores más vulnerables.
Alfredo Zaiat, “La irritación del poder”, en Página 12 del 21 de noviembre de 2008

“Esa careta idiota,
que tira y tira para atrás”

Charly García, “El fantasma de Canterville”.


Mas vale que el cataclismo económico y social se produzca de una vez y pronto; con la intensidad, la inminencia y la permanencia con que se lo pronostica. Es que tanto anuncio y tantos consejos hacen que uno se pertreche para lo peor, y termina haciendo lo que otros quieren que haga, y no lo que uno debería hacer.
Después de todo, ya estamos listos para eso. No es que estemos acostumbrados a algo así, de esta magnitud; pero, con todo lo que hemos padecido separadamente en los últimos tiempos; que nos caigan recesiones, crisis, depresiones, depredaciones y todas las “ciones” y “siones” juntas no nos hace morir de miedo.
“¡Mirá cómo tiemblo!” Desde hace no sé cuánto no se escucha otra cosa como que se viene el fin del mundo, que hay una economía “virtual” y otra economía “real”; y que las dos fueron a parar para el lado de los tomates; aunque, hace un año, un kilo de tomates o de ajíes costaba lo mismo que cien gramos de centollas, y hoy cuestan un poquito más que tres fetas de mortadela.
Y, para colmo, según lo que dicen, esta vez no habrá un ganador, un pescador en el río revuelto; ni siquiera alguien que saque un modesto empate, ni aunque juegue de local. Según las predicciones, no nos queda más remedio que ser derrotados por goleada; aunque nunca se nos aclara por quién, ni quién es el árbitro bombero, ni quién el que se ha encargado de coimearlo, ni quién es el dueño de la pelota.
Por lo general, siempre que alguien pierde, hay alguien que gana. Cuando algo se abarata, hay alguien que se encarga de comprarlo “por chauchas y palitos”, y de hacerlo subir. Cuando alguien paga, alguien cobra, y viceversa.
Pero, en este caso, no hay “tu tía”. Nos avisan que vamos a perder, que no tenemos opción, que las cartas ya están tiradas, que estamos en el horno, que nos vamos al descenso y que no nos salva ni “el chapulín colorado”. Eso sí; nadie habla de quien puede ganar con semejante cataclismo.
Okey; la macana se la mandaron los bancos, prestando guita “a troche y moche”; pero, por lo visto, al Citibank no le alcanzó su porción de los setecientos billones de dólares que el Congreso norteamericano aprobó como ayuda, y no le queda más remedio que desprenderse de cinco mil trabajadores.
Es de esperar que Richard Handley también caiga en la volteada. ¿No?
Por lo visto; la metida de pata fue grande.
Por lo tanto, los industriales salen a pedir subsidios, auxilios, ayudas, un hueso, una mano, una soga o un sánguche; si no, amenazan con despedir trabajadores. Qué cosa; ¿no? Mientras se putea cualquier intervención estatal que pueda favorecer a los más vulnerables, los más favorecidos exigen lo que no tiene devolución; porque no piden un préstamo; piden un subsidio; es decir; lo que no se devuelve.
Obviamente, fallo de la Corte Suprema de por medio o no, los representantes de los trabajadores tienen que salir a decir lo suyo. Así es como el atisbo de un posible proyecto de ley de doble o triple indemnización les hace poner el grito en el cielo a “los ayudados”, a los que no les alcanza el aporte de los plomeros del mundo entero y a los que reclaman ayuda del mismo Estado que denostan, y cuando el viento sopla a favor, quieren que se quede “en el molde”.
“Socialización de las pérdidas y privatización de las ganancias”, le dicen en este barrio.
Lo cierto es que nos vamos “al tacho”, y ninguno se salva. En algunos lados, por culpa de la lucha contra el terrorismo, y en otras, por culpa del populismo. En algunos lados, por culpa de los inmigrantes africanos; en Croacia, por culpa de los serbios; en Inglaterra, por culpa de los escoceses e irlandeses; en Estados Unidos, por culpa de los mexicanos; en occidente, por culpa de oriente; en oriente, por culpa de occidente; en Argentina, por culpa de los peruanos, bolivianos y paraguayos; en Buenos Aires, por los del Gran Buenos Aires; y en el Gran Buenos Aires, por culpa de otros barrios del Gran Buenos Aires.
Lo que no queda claro, -y parece que nadie quiere que quede claro-, es quién se lleva “la parte del león” con todos estos cataclismos ajenos que nos anuncian que sufriremos en carne viva, dentro de poco.
En los grandes medios de comunicación de Estados Unidos, hay una costumbre que es la de reconocer, unos días antes de una elección, por cuál candidato se inclina cada uno.
En el Tercer Mundo, los medios de comunicación y las voces que éstos difunden presumen de independencia y objetividad. Pero sólo presumen.
De ahí que estaría bueno que quienes nos despiertan a la mañana, nos amargan el regreso a casa, nos arruinan la cena o nos quitan el sueño, nos dijeran con todas las letras para quién trabajan. Nadie pretende que lo hagan gratis. Después de todo, es un trabajo. Pero no nos vendan voluntariado por consultorías.
Sería útil para saber quiénes van o intentan ganar con semejantes catástrofes anunciadas.
Aunque, si lo dijeran, habría muchos ganadores, y la cosa ya no tendría gracia.
Y eso parece ser lo que está en juego.

Buenos Aires, 22 de noviembre de 2008

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