viernes, 21 de agosto de 2009

DIOS NO ESTUVO ALLÍ DONDE NACÍ

“Estaba despidiendo viejas penas en la vida.
Estaba descubriendo el valor de la dulzura,
si era apasionado o un loco de atropellos,
si tenía fundamentos o era pura espuma.
La vida dibujó una sonrisa en mi cara
Y en un minuto triste la borró como si nada.
Ay de mí.
Ay de vos.
Ay de todos”.

León Gieco, “Un minuto”


“Justicia es un anhelo que a veces
No desemboca en la verdad”.

Raúl Rufino, “Por qué”


No hay caso. Fue difícil. La vida misma es difícil. También es difícil aplicar leyes. Más difícil aún cuando hay 194 muertos en el medio, y cuando lo que se juzga son los grados de responsabilidad sobre algo que nadie, absolutamente nadie, quiso que ocurriera, o pensó que nunca podría llegar a pasar.
Porque, -convengamos-, que lo sucedido en la trágica noche del 30 de diciembre de 2004 fue el fruto de una convergencia de factores, que de no haber ocurrido en “República Cromagnon” hubiera pasado en cualquier otro lugar, tarde o temprano; con, más o menos, las mismas víctimas, y por, más o menos, las mismas causas.
Convergieron, esa noche, la corrupción municipal, policial y empresarial, la avaricia por ganar dinero a costa de lo que sea, la impaciencia por el éxito inmediato, la desidia y la inconciencia ante las consecuencias que ciertos actos podrían producir; y, finalmente, la mezquindad para, cada cual, sacarse de encima el sayo hecho a la medida de cada uno.
Obviamente, todos esos factores que convergieron esa noche tienen su responsabilidad, su nombre y apellido.
Desde entonces, un Jefe de Gobierno, que soñaba con ser presidente, pagó con el cuero su complicidad y su falta de grandeza; y quienes se aprovecharon del dolor de los familiares de las víctimas, hoy gobiernan la Ciudad de Buenos Aires, con la misma displicencia como si la tragedia de “Cromagnon” hubiese ocurrido en Lima, La Paz, Managua o Asunción, y ellos gobernaran Amsterdam o Montreal.
Desde entonces, también, se confundieron algunas cosas, que ya se venían confundiendo.
Por ejemplo; cuando Juan Carlos Blumberg, amparado en sus multitudinarias y mediáticas movilizaciones, presionaba al Poder Legislativo, para que sancionara un puñado de leyes que no mejoraron la sensación de inseguridad de ningún habitante de cualquier pueblo o ciudad de la República Argentina, ni tampoco la de ningún detenido.
Por ejemplo, también, cuando los miembros de “la junta de enlace” instalan un escenario mediático en el que confunden los poderes delegados(que incluyen la aplicación de 1.900 leyes) con la cuestión de las retenciones a la soja.
La experiencia de los últimos años nos indica que no es “cargándose” a cualquier poder del Estado como se mejora la seguridad, se establecen políticas redistributivas, o se imparte justicia.
El tribunal que juzgó a los responsables de la tragedia de Cromagnon impartió condenas y absoluciones. Quienes no estén conformes, podrán apelar ante instancias superiores.
Claro está que ningún resultado les devolverá la vida a las 194 víctimas, como tampoco lo hará con las 85 víctimas de la AMIA, ni a las de la Embajada de Israel, ni a los 30.000 o 9.000 desaparecidos, o las diarias víctimas de la inseguridad, o de la pobreza que se ha puesto de moda.
Ni los organismos de Derechos Humanos, ni “las madres del dolor”, ni las entidades representativas de las víctimas de los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel se han “cargado” a ningún poder de ningún Estado, a pesar de las contrariedades a las que se han tenido que enfrentar.
Si algo merecería destacarse del juicio por la tragedia de Cromagnon, es que éste no ha tenido más entorpecimientos que los lógicos de cualquier causa judicial.
No ha habido leyes sancionadas al paladar de los acusados, como las de “obediencia debida” o “punto final”; ni encubrimientos como por lo que se lo acusa al jefe de la policía metropolitana.
Quizás, habría que tomar nota de las experiencias pasadas para que éstas no se vuelvan a producir.
Por ejemplo; que quienes tengan que controlar, controlen; que quienes quieran hacer dinero, lo hagan sin perjudicar a quienes les dan de comer; que quienes quieran aprovechar e incrementar el éxito, lo hagan sin forzar los límites de la física; y que quienes sientan algún alivio inesperado, no lo transformen en provocación.
Eso y no otra cosa fue el recital de Callejeros en Olavarría, cuatro días antes de la sentencia. Eso y no otra cosa fue la panfleteada dentro del recinto del Palacio de Tribunales. Eso y no otra cosa fue el festejo de sus seguidores, cuando los integrantes del grupo quedaron absueltos.
La justicia siempre llega tarde, bien o mal; pero siempre llega después que un hecho sucedió.
Lo mejor, lo deseable, sería que la justicia no tuviera que intervenir. Es decir; que los hechos se evitaran, que no se produjeran.
Para eso no hacen falta ni abogados ni jueces; sino la conciencia de la responsabilidad de cada actor.
Para eso hace falta tener en cuenta algo que se llama “eventualidad”; es decir; tener conciencia que algo malo puede ocurrir cuando coimeamos o cuando nos dejamos coimear; cuando nos cebamos en nuestras ambiciones por ganar dinero o por conseguir el éxito a costa de lo que sea; cuando esas ambiciones despiertan nuestra desconfianza hacia quienes nos hacen ganar dinero o nos aplauden en nuestro éxito; cuando nos desbordamos sin medir dónde ni junto a quienes estamos; cuando ante lo irrefutable del hecho pateamos la pelota a cualquier lado y buscamos la salida de emergencia que, paradójicamente, está cerrada con candado, desde el lado de afuera.
Ojalá que, de aquí en adelante, no tuviera que intervenir la justicia.
Para eso, nos tenemos que cuidar unos a otros.
Pero todos, víctimas, victimarios, testigos e indiferentes parecemos ir caminando en sentido contrario.
La enseñanza ya ha sido suficiente.

Buenos Aires, 21 de agosto de 2009

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