sábado, 24 de mayo de 2008

ECHE VEINTE CENTAVOS EN LA RANURA

De la “guerra gaucha”(o “guacha”, según las preferencias de cada uno), llena de escarapelas, volantes, calcomanías y derroche de alimentos en las rutas, pasamos, como si diéramos vuelta una página, a la guerra de calcomanías y carteles entre colectiveros y taxistas, en pugna por los “carriles exclusivos”(o no), en las avenidas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Resulta que el transporte más popular, voluminoso, económico, público y subsidiado, ese invento tan argentino que es el colectivo, reclama “exclusividad” de tránsito, como si fuera el propietario de una casa en un country, de un piso en la Torre “Le Parc”, o de miles de hectáreas de soja. De alguna manera, todos tenemos derecho a reclamar nuestro pedacito de paternidad de la Patria en este mes de mayo tan patriótico y cumpleañero, aunque se trate apenas de “las callecitas de Buenos Aires” que “tienen ese qué se yo; ¿viste?”.
Pero los taxis(o, mejor dicho, los taxistas), no el transporte más exclusivo precisamente, pero si más pequeño, cómodo, caro e individualista que los colectivos, exigen el derecho a la misma libertad de tránsito por las avenidas porteñas que ellos le negarían a cartoneros, mendigos, piqueteros y hasta a peatones en general, si no existieran el código penal, la constitución y los diez mandamientos.
Aunque esta disputa no parezca ideológica, la misma es por ver quién se queda con “la derecha” de la calle. Claro que en ella, los taxistas corren con ventaja(si es que llevan un pasajero a bordo). ¿Quién no ha soportado a un taxista reclamando la Presidencia de la Nación, por dos días, para realizar su propio baño de sangre, en la misma Plaza de Mayo?
Claro que eso no quiere decir que “lo colectivero que cumplimo nuestro debeeeerr”, “semo todo” tolerantes, solidarios, progresistas y respetuosos de la diversidad; sino que es más difícil realizar una arenga xenófoba manejando, parando cada dos cuadras, abriendo y cerrando puertas y controlando la maquinita de los boletos.
Además, entre cuarenta personas, siempre es posible que algún pasajero reaccione violentamente.
Y así como pasamos la vida pasando de una página a la otra, o de un canal al otro, los vecinos del barrio de Constitución pasaron del humo y la lluvia de cenizas volcánicas, a la lluvia de limones. De la lluvia de limones a la de rollos de aluminio. De la lluvia de rollos de aluminio a la de chapas de zinc. Todo en menos de un mes, en el mismo rincón de la ciudad. No hay caso. Dios le da chapas a quienes viven en departamentos, o a quienes no tienen paredes.
Y hablando de Dios y de quienes no tienen; monseñor Cassaretto, luego de reunirse con los presidentes de la Sociedad Rural Argentina y de Coninagro, les regaló a los medios la primera plana que no encontraban, al confesarles “su percepción” del aumento de la pobreza. Aumento de la pobreza que, -de ser real-, no se produjo en el fin de semana de dicha reunión pseudo-secreta, o una vez que Alfredo De Ángelis abandonó su exhibicionismo mediático y discursivo “con todo el dolor del alma”; sino que se debe haber dado en forma más o menos paulatina. Pero, parece que el obispo de San Isidro fue el único que lo descubrió, según los medios que no reciben publicidad estatal, luego de una reunión con la mitad de los máximos representantes de las entidades responsables del lock-out telúrico. Hasta la semana anterior, la pobreza no era tema.
Evidentemente, en la Argentina, no sólo el INDEC debería tener puesta en duda su credibilidad. A veces, cuando algunas personalidades hablan del hambre o de la pobreza, o asisten u organizan festivales masivos, uno no puede creerles, aunque quisiera, aunque deseara admitirles que el hambre y la pobreza les duele realmente. A uno le gustaría pensar que es una barbaridad sospechar que ambas palabras sólo son usadas para defender o adquirir “otras cosas”, o para generar más hambre y pobreza, o para sostener, espiritual o comercialmente, a quienes la generan.
No hablen más de hambre. No hablen más de pobreza. Aunque sea por respeto a los hambrientos y a los pobres. Hablen de Barreda, del tren bala, del matrimonio gay, o de “bailando por un sueño”. Ahí si están en su salsa.
Y así como pasamos por situaciones y temas, como si la vida fuera una revista de las que hojeamos en la peluquería, la Argentina siempre está volviendo a la primera página, como si alguien se empeñara en no detener la calesita, y no dejar que nadie se pueda bajar.
Es el sueño de todo niño; que la calesita no se detenga. ¿Será por eso que cuando nos visitan turistas de “la vieja Europa” se fascinan tanto con la Argentina? ¿Quién no se sentiría fascinado volviendo a la niñez?
En vez de creernos “el granero del mundo”, o “el ombligo del mundo”, deberíamos sincerarnos y auto-definirnos como “la calesita del mundo”, donde todo parece pasar y todo parece volver, o donde siempre estamos hablando de lo mismo(de plata y de poder), aunque hablemos del hambre, de la pobreza, de Barreda, del tránsito, o del precio del tomate.

Buenos Aires, 23 de mayo de 2008

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