lunes, 8 de febrero de 2010

LA HISTORIA; ¿ME ABSOLVERÁ?





“La vida es algo contado por un idiota, lleno de sonido y de furia”

William Shakespeare


En la selección semanal de artículos de The New York Times que publica, este sábado, “el gran diario de autoayuda”, el columnista Richard W. Stevenson se pregunta; “¿es posible abrazar la complejidad en una cultura política y mediática que exige temas simples y promueve el conflicto?”.
Más adelante, afirma que el personaje objeto de su ensayo “ha perdido el control de su narrativa política, de su capacidad de definir la historia de su presidencia en sus propios términos (…) El principal motivo de ello es que su historia ya no es tan simple ni tan fácil de contar (…) La falta de esa narrativa invita a los oponentes a crear un relato menos halagador”.
Stevenson no se refiere a la Argentina, ni al anterior, ni al actual gobierno.
Habla de Estados Unidos y de la gestión de Barack Obama.
Pero, sus señalamientos bien podrían aplicarse a este pobre país del “Coño Sur”.
Con la salvedad que en EEUU, -como bien escribe Stevenson-, “la fragmentación de los medios (…) significa que cualquier presidente tiene mucho menos poder para conformar su propia narrativa”.
Claro que, en la Argentina, los medios no están “fragmentados”; sino que “concentrados” en unas pocas manos.
Es decir; esas pocas manos son las que escriben esa “narrativa”, el relato de los días que vivimos.
Cierta vez, un conocidísimo psicoanalista e historiador, hablando sobre las ventajas que posee quien escribe “La Historia”, sobre quien la protagoniza, le dijo al autor de estas líneas: “Y si.. Quien escribe la historia puede cambiar hasta el resultado de una batalla”.
Por lo tanto; el problema que tienen Obama, Cristina y tantos presidentes de tantos países (menos Berlusconi y las “verdaderas dictaduras”, señora Legrand) es el poder construir su propia narrativa, escribir su relato, contar su propio cuento sobre la historia que intentan o pretenden protagonizar.
En sus tiempos, Arturo Illia era “la tortuga”. Luego fue “el viejito que salió de la Presidencia más pobre de lo que había entrado”.
Años después, algo parecido le sucedió a Raúl Alfonsín, durante los últimos meses de su presidencia, cuando la hiperinflación se comía al país como una termita. Hoy, es “El Padre de la Democracia”.
Distinto (o parecido) sucedió con quien lo sucedió en la Presidencia. De ser “el piola”, “el que nos devolvió la estabilidad”, “el que nos hizo entrar al Primer Mundo”; pasó a ser el de la venta de armas a Ecuador y Croacia, el que destruyó la industria nacional, el que mal vendió “las joyas de la abuela”, el de “las relaciones carnales con EEUU”, “el cuco” y “el hombre de la bolsa”.
Ayer nomás, Obama era el cambio y la esperanza. Hoy, -según el artículo de Stevenson-, “representa la desilusión y la continuidad”.
También, hoy, Michelle Bachelet y Lula poseen un 70 y 80% de imagen positiva. Quizás, la histeria lo justifique, ya que ninguno de los dos pueden ser reelectos.
Una historia o un relato necesitan de un requisito indispensable; la credibilidad.
No importa si o que cuentan es verdad. Con que sea creíble; alcanza.
Claro que si la narrativa oficial dice “¡Si! ¡Compré dos millones de dólares!”, quienes construyen “el relato menos halagador” gritan “¡papita pa´l loro!” y “¡pelito pa´la vieja!”.
Está bien. Comprar dólares es legal. Pero en días en que nadie fue preso por el accidente del avión de LAPA, y “la hiena” Barrios se fue a su casa, la legalidad de un acto calma menos que un placebo.
Hace veinticinco años, la entonces concejal Adelina D´Alessio de Viola, cometía el fallido de decir “¡queremos que lo legal y lo inmoral sean lo mismo!”.
Es de suponer que la mayoría queremos que suceda al revés de lo proclamado por la luego electa diputada.
Este gobierno, como el anterior, no han sabido construir “una narrativa propia”. Dicha tarea quedó en manos de los “Minguito Tinguitela”.
Pero si “el Presidente consorte” confiesa lo que “La Voz del Rioba” proclama, las cosas buenas, -por muy verídicas que sean-, pierden credibilidad; ese requisito indispensable para contar una historia.
No sólo se les seguirá dejando a los otros que cuenten el cuento como quieran; sino que, también, se les estará “regalando” la razón.

Buenos Aires, 7 de febrero de 2010

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